El término «lumpen» proviene del alemán y significa «andrajoso» o «marginal». Karl Marx y Friedrich Engels lo utilizaron para describir a un sector de la sociedad que, independientemente de su origen de clase, carece de una función productiva en la economía y actúa con base en intereses cortoplacistas, oportunistas y parasitarios.
A diferencia de la clase obrera, que tiene un rol productivo en la sociedad, o de la burguesía, que controla los medios de producción, el lumpen se mueve en los márgenes del sistema, sin una identidad de clase estable y sin compromisos políticos más allá de su propio beneficio inmediato.
El lumpen no es exclusivamente proletario (lumpenproletariado); puede haber lumpenburgueses, es decir, sectores de la burguesía que viven del rentismo, la especulación o la corrupción, sin generar riqueza ni valor real para la sociedad. En todos los casos, lo que define al lumpen no es su origen social, sino su falta de arraigo en la economía productiva y su tendencia a actuar como instrumento de intereses externos, ya sean élites económicas o grupos de poder político.
El mundo de las criptomonedas ha permitido la expansión de una nueva forma de lumpen digital, compuesta por individuos y organizaciones que se enriquecen sin producir nada, basándose en la especulación, el engaño y la manipulación de mercados.
Aquí podemos identificar dos tipos de lumpen:
El lumpenburgués cripto, conformado por grandes especuladores, desarrolladores de monedas sin respaldo, creadores de esquemas piramidales y figuras públicas que se benefician de burbujas financieras artificiales sin generar ningún tipo de valor económico real.
El lumpen de base, que es la masa de pequeños especuladores que creen en la promesa de riqueza instantánea y terminan funcionando como carne de cañón en estos esquemas.
Ambos grupos son parte de la misma dinámica. Una economía ficticia que no está ligada a la producción ni a la innovación real, sino a la transferencia de dinero desde los últimos en entrar a la pirámide hacia los primeros en salir.
En teoría, la tecnología blockchain podría tener aplicaciones productivas, pero en la práctica, la gran mayoría de las criptomonedas no cumplen ninguna función más allá de la especulación pura.
No generan bienes ni servicios esenciales. No sirven para producir alimentos, energía, infraestructura o tecnología tangible.
No distribuyen riqueza de manera equitativa. En lugar de crear nuevas oportunidades económicas, generan burbujas donde los más informados y rápidos se enriquecen a costa de los que llegan tarde.
No impulsan el desarrollo productivo. En lugar de fortalecer la industria o la ciencia, absorben capital que podría invertirse en sectores estratégicos y lo canalizan hacia esquemas de enriquecimiento exprés.
El mundo cripto se ha convertido en un casino financiero disfrazado de innovación tecnológica, donde la promesa de descentralización y autonomía se traduce en mercados sin regulación donde los grandes estafadores imponen sus propias reglas.
Los Estados que han logrado un crecimiento sostenido, como China, han entendido que el verdadero desarrollo económico proviene de la inversión en sectores productivos estratégicos, no de la especulación financiera.
A diferencia de los modelos financieros basados en la especulación, que generan ciclos de auge y colapso, la inversión productiva garantiza crecimiento real y estabilidad económica.
Por esta razón, China prohibió las criptomonedas y solo permite el desarrollo de su propia moneda digital regulada (e-yuan), evitando la proliferación de burbujas que pueden desestabilizar su economía.
Mientras tanto, los países que han apostado por la desregulación financiera y la especulación sin control han enfrentado crisis recurrentes, volatilidad cambiaria y pérdida de competitividad en el sector productivo.
Javier Milei ha construido su imagen política sobre una ideología que santifica la especulación financiera y desprecia la inversión productiva. Su promoción de $Libra no es un accidente ni un error puntual, sino la expresión lógica de su visión económica.
El problema es que la especulación no construye poder político duradero.
Un país no puede sostenerse sobre burbujas financieras; tarde o temprano, colapsa.
Cuando la estafa se hace evidente, la confianza en el líder se desploma junto con el activo especulativo que promovió.
Milei no está cayendo en desgracia solo por $Libra; está quedando al desnudo como un exponente del lumpenburgués financiero, alguien que en lugar de promover políticas industriales, científicas o tecnológicas, ha decidido apostar por la timba como motor de la economía nacional.
Algo que se resume en el ministro Caputo recomendándoles a los sectores productivos que «hagan carry», en referencia a la bicicleta financiera que reposa sobre un tipo de cambio ficticio y volvió a la Argentina el país más caro del mundo, solo por detrás de Suiza. Una bicicleta financiera que ya estalló durante su anterior gestión como ministro, en el 2018, cuando tuvo que pedirle un rescate de 55 mil millones de dólares al FMI.
Quienes pensamos en el desarrollo productivo no podríamos tener una peor imagen del presidente actual ni de su gobierno, sin importar cuántas estafas piramidales promocione, porque somos conscientes de que sus políticas económicas, propias de un gobierno de ocupación, ya son lo bastante malas y dañinas para el país como para impostar indignación por las pérdidas del criptolumpenaje con la estafa $Libra.
Sin embargo, debemos reconocer que esto erosiona su credibilidad al interior de su propia base social, porque hasta entre los chorros hay códigos y Milei demostró, o bien que es muy tonto, o que no tiene ninguno.
Por esa razón, se enfrenta a múltiples cargos ante la Justicia de los Estados Unidos, la cual, a diferencia de la nuestra—que es fácilmente corrompible—, supone grandes problemas no solo para él, sino también para el país, ya que la estafa cripto fue cometida bajo su rol como jefe de Estado.
Al final, es probable que seamos los argentinos de trabajo, que ya estamos pagando la factura de sus políticas económicas, los que acabemos pagando la factura de su jodita con $Libra.
Por eso, es fundamental que el Congreso avance en un juicio político cuanto antes, para dejar en claro que esta estafa no fue hecha en nombre del pueblo argentino y que, por lo tanto, no tenemos por qué costear las consecuencias del fraude.
No obstante, dado que ha habido sobrados motivos para destituirlo del cargo desde su primera semana de gobierno y, en cambio, el conjunto del arco político se dedicó a sostenerlo y a darle gobernabilidad, sin importar cuánto daño causara a los intereses nacionales, suena poco probable que el Congreso reúna los dos tercios necesarios para bajarlo del cargo.
Pero, ante la magnitud del escándalo, no debemos descartar una renuncia del propio presidente ni tampoco una detención por parte de la Justicia de los Estados Unidos. Dos escenarios que suenan más probables que el juicio político, para dar por terminado el gobierno de Javier Milei.
Una asociación ilícita conformada para enriquecer a un puñado de timberos que nunca debió haber pasado de la primera semana de gobierno, pero que con ayuda de una oposición cómplice, un ejército de bots y la condescendencia del periodismo ensobrado, se sintió con la impunidad para cometer el más literal de los fraudes, a los ojos de todos, en una cuenta oficial de Twitter.
Su promoción de $Libra no es un accidente ni un error puntual, sino la expresión lógica de su visión económica y la del lumpenaje al que representa.