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Oppenheimer: Una trama arruinada por el cliché del héroe americano

El 20 de julio se estrenó Oppenheimer. Y, si bien celebramos que el público general haya tenido una alternativa al pink washing de Barbie, el film no es la obra de arte que nos habían pintado. Cabe preguntarnos, de hecho, si la industria cinematográfica yanqui no atraviesa uno de sus peores momentos, en términos de calidad. La película reunió a un conjunto de estrellas hollywoodenses, un presupuesto de 100 millones de dólares, acceso a locaciones históricas y, aun así, parece guionada y dirigida por el propio ChatGPT.

Fue producida por Universal Pictures, junto a Syncopy Films y Atlas Entertainment, tras algunos desencuentros iniciales con Warnes Bros. Y guionada y dirigida integralmente por Christopher Nolan, responsable de otros films aclamados tales como Interstellar (2014), Dunkerque (2017) y la trilogía de Batman. No obstante, aunque los títulos mencionados pueden darnos una idea de la predilección del director por retratar temas oscuros, su adaptación del libro American Prometheus de Kai Bird y Martin J. Sherwin hace uso y abuso de todos los lugares comunes. O, más bien, de aquellos que aparecen cuando la Historia retratada es la de los Estados Unidos.

De acuerdo a estos clichés, los yanquis nunca pueden ser los malos de la película. Incluso, aunque prueben dos bombas nucleares contra población civil indefensa. Así que hay que salvar a Robert Oppenheimer de caer en el lugar del villano. Sobre todo, porque es un científico honrado y patriota. Y no un comunista. No importa si el esfuerzo por convencer de eso al espectador, hace que a la película acaben sobrándole una o dos horas. Porque, debemos decirlo, la película es larga y densa. Y, salvo por los momentos de la prueba Trinity y los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, tiene un ritmo bastante lento.

Con esto no queremos decir que un film no pueda durar tres horas, sino que dicha duración debe estar justificada y guardar una dinámica amena para el público. Titanic, por nombrar un ejemplo, dura tres horas y catorce minutos. Y nadie la tacharía de aburrida.

A la obra de Nolan, sin embargo, se le notan las costuras. El eje que vertebra la película es un juicio público y político impulsado por Lewis Strauss contra el padre de la bomba atómica. ¿La razón? ¿Condenar a quien hizo de los avances de la Física un arma de destrucción masiva? No, nada de eso. Revancha personal. O, al menos, ese es el sentido en el que apunta el director. Es posible que muchas intrigas de palacio y tensiones con el Poder real hayan sido dejadas de lado. Así que, al final, un tema tan controversial sobre el que podrían haberse dicho tantas cosas queda reducido a ese hilo conductor. Un Robert Downey Jr. envidioso, enojado con Cillian Murphy. En el medio, 250 mil muertos en los bombardeos contra Japón.

Una narrativa no es crítica por agregar un par de escenas donde los científicos se cuestionen su invención. O secuencias de montaje paralelo, entre lo que piensa y siente el protagonista, para demostrar su carga de remordimiento. No se trata de eso. Una película es crítica cuando toma una línea argumental y la somete a una serie de eventos para que la visión asumida como válida entre en crisis, provocando así la reflexión del espectador. Y, en Oppenheimer, el único esfuerzo narrativo radica en salvar a su héroe americano del lugar del villano.

Debemos, no obstante, ser honestos en nuestro análisis y darle un punto a favor por los esfuerzos escenográficos. La fotografía, la ambientación, el vestuario y el conjunto de elementos que permiten al espectador sumergirse en un clima de época funcionan de maravilla. La reconstrucción del periodo es sublime. No hay nada que objetar en ese aspecto. Sin embargo, que esta cuestión sea la más rescatable debería motivar una reflexión.

El monopolio de las superproducciones cinematográficas, por ahora, está en manos de un país cuyos directores son incapaces de elaborar una mirada realmente crítica de su propia Historia. O de la Historia de la humanidad, en general. Y hay un mundo de historias que merecen ser contadas sin el sesgo del héroe americano.

La obra de Christopher Nolan es inobjetable desde el punto de vista escenográfico, pero un desastre en términos de guión y dirección.

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