Tanto el periodismo como el conjunto del arco político se mostraron sorprendidos ante la victoria de Milei en las últimas primarias. Incluso el candidato libertario reconoció que no esperaba dicho resultado. Las pobres elecciones provinciales de su espacio y su baja en las encuestas previas a las PASO ponían en duda el escenario de tercios que algunos analistas y la propia CFK habían planteado a principios de año. Sin embargo, los números finales refrendaron dicha hipótesis.
La irrupción de una tercera fuerza, profundamente personalista, ligada a un personaje tan rídiculo y sombrío como Javier Milei es la manifestación política de un largo proceso de descomposición social de la Argentina. La expresión electoral del declive económico y la degradación cultural del país. No es simplemente el fracaso de la política tradicional, sino el de toda una sociedad a la deriva.
Un mapa pintado de violeta
Para comprender mejor este fenómeno, primero hay que señalar una cuestión clave en la composición del voto a Javier Milei. Su mayor cantidad de votantes se concentra, geográficamente, en los barrios más humildes.
En la Ciudad de Buenos Aires, obtuvo los mejores resultados en las comunas más pobres. En la Comuna 8 (Villa Soldati, Villa Riachuelo y Villa Lugano) fue el candidato más votado con el 27% de los votos. Y también ganó en la Comuna 4 (Nueva Pompeya, La Boca, Barracas y Parque Patricios), aunque con un porcentaje más modesto.
En contrapunto, cosechó los peores resultados en las comunas más ricas. En la Comuna 13 (Núñez, Belgrano y Colegiales), la 14 (Palermo) y la 2 (Recoleta) apenas arañó entre un 13% y un 14%.
Cuando nos vamos al Conurbano, la tendencia se repite. Su peor resultado fue en Vicente López, el partido más rico del aglomerado, donde no superó el 20%. En contraposición, obtuvo guarismos por encima del 28% en Esteban Echeverría, Ezeiza y Presidente Perón, partidos de la Zona Sur, la más postergada.
Y, al comparar sus resultados entre las distintas provincias, podemos observar el mismo fenómeno. Su peor resultado fue en CABA, el disitrito más rico del país, con un escaso 17%. Una cifra similar a la obtenida en 2021 para las legislativas.
Ostenta, en cambio, el mayor porcentaje en una provincia del empobrecido Norte Grande. Hablamos de Salta, donde sacó el 49% de los votos.
No tan altos, pero igual de impresionantes fueron sus resultados en Misiones (43%), Jujuy (40%) y Tucumán (36%), tres de las provincias más pobres del país. En el resto del Norte Grande, fue el segundo candidato más votado, superando el 25% en todos los casos.
Y, si sus guarismos no fueron mayores en esta región, se debe a la maquinaria clientelar que los gobernadores despliegan cada vez que llegan las elecciones. Así que los números de Javier Milei se vuelven más sorprendentes cuando tenemos en cuenta esta cuestión. Pero sigamos analizando el mapa.
La Región Centro, la franja de provincias industriales donde el sector privado tiene un peso importante, tampoco escapó a la ola violeta. Un 48% en San Luis, 45% en Mendoza, 35% en Santa Fe y 34% en Córdoba. En los cuatro casos, resultó el más votado como candidato y como frente.
Debemos recordar que, en 2019, esta franja de provincias se habían pintado de amarillo, siendo, junto a Entre Ríos y CABA, las únicas en las que el macrismo había ganado.
Si bien en primera instancia estos distritos están mejor posicionados económicamente que los del Norte Grande, debemos tener en cuenta que durante el gobierno del Frente de Todos se produjo un fenómeno donde hubo crecimiento de la industria, pero con un empobrecimiento de los trabajadores. De 2015 a la fecha, la clase trabajadora perdió 10 puntos en la distribución del ingreso, pasando de una participación del 52,2% a un 41,7%. Así que es de entender que este segmento de la población esté muy enojado.
Pero Milei también tuvo buenos resultados en la Patagonia, que se caracteriza por un alto nivel de empleo estatal sostenido en base a las regalías petroleras. Una región no tan pobre, pero signada por la crisis en las arcas provinciales desde el derrumbe del precio del petróleo en 2012. Grandes huelgas docentes y estatales se han sucedido allí en el último tiempo. Por eso no debe sorprender que su mejor resultado, con casi el 40% de los votos, haya sido en Chubut, una provincia prendida fuego.
Por otra parte, en términos etarios, el candidato libertario concentra su mayor número de adeptos entre la franja más joven del electorado. La cual, dicho sea de paso, es la que enfrenta los mayores niveles de precarización y dificultades económicas. Estos deben insertarse al mercado laboral en un país donde el empleo en blanco, bajo convenio colectivo, está desapareciendo, mientras ganan lugar el empleo informal y el cuentapropismo.
Una juventud que ha pasado del modelo McDonnald’s de primer empleo, al modelo PedidosYa de autoexplotación y ausencia de derechos laborales.
¿Pero por qué amplios sectores de la población, totalmente empobrecidos y sin perspectivas de futuro, se inclinan por un candidato cuyos planes de gobierno sólo pueden ocasionar una catástrofe social? La respuesta es sencilla, porque estos sectores ya viven una catástrofe.
No es de extrañar que los sectores populares voten a Javier Milei, si lo único que tienen para ofrecer quienes dicen defenderlos es una devaluación del 22% como la que ha hecho Sergio Massa apenas un día después de las PASO, dejando al país con un dólar blue a $ 790 y serios riesgos de una hiperinflación.
El país en el que irrumpe Javier Milei
Entre los años 1999 y 2011, tuvo lugar el «super ciclo de las commodities», un periodo de alza en los precios de las materias primas. Su principal causa fue el aumento de la demanda de alimentos, minerales, metales y energía por parte China e India, lo cual generó un flujo extraordinario de ingresos en los países latinoamericanos.
Entre esos años, la Argentina vivió principalmente de la soja. Los superávit gemelos (comercial y fiscal) de los que gozó Néstor Kirchner durante su presidencia le permitieron superar la crisis de pobreza y desempleo que el colapso de la Convertibilidad había dejado. El matrimonio Kirchner pudo impulsar la expansión de una industria mercadointernista, a base de subsidios, mientras los precios de las materias se mantuvieron altos. Y, al mismo tiempo, robustecer el Estado. Es decir que tanto el sector privado como el público vivieron un periodo de bonanza durante esta época.
Sin embargo, el ciclo se agotó. Y el precio de las materias primas empezó a caer. Había que buscar un mecanismo de compensación para seguir manteniendo una industria deficitaria y un Estado fofo. Ese mecanismo, en un primer momento, fueron las Reservas del Banco Central. Pero, hacia 2015, el BCRA atravesaba una crisis de escasez de divisas.
En aquel momento, tanto Daniel Scioli como Mauricio Macri planteaban la necesidad de un acuerdo con los Fondos Buitres para volver a los mercados internacionales e iniciar un nuevo ciclo de endeudamiento en la Argentina. Eso iba a permitir, de acuerdo a sus expectativas, sortear la escasez de divisas para equilibrar algunas variables macroeconómicas. Pero nada de eso sucedió.
Como todos los ciclos de endeudamiento, el de Macri también fracasó. La deuda financió, principalmente, la fuga de capitales. Y, cuando el gobierno de Cambiemos no pudo tomar más crédito, recurrió al FMI para evitar un default con los acreedores. Durante un tiempo, los desembolsos del organismo permitieron postergar una declaración de quiebra del país. Pero el Fondo Monetario exige disciplina fiscal y austeridad. Lo que durante el gobierno del Frente de Todos significó un plan de ajuste sin precedentes.
Para simplificar, en los últimos 20 años, Argentina vivió primero de la soja, luego de las reservas, de la deuda, del FMI y finalmente del ajuste. En este contexto es que irrumpe la figura de Javier Milei. Un país donde, día a día, las condiciones de vida no hacen sino deteriorarse. Donde uno de cada dos trabajadores está en la informalidad. Y más del 40% de la población se encuentra bajo la línea de la pobreza. Donde los hospitales públicos no tienen insumos. Y la mitad de los chicos que se reciben no comprende un texto básico.
¿El fin de la Argentina?
El candidato más votado en las PASO tiene como principal caballito de campaña la «dolarización». Una propuesta que va más allá de la Convertibilidad de los años 90, ya que no tendríamos un Peso Convertible, sino que usaríamos el dólar como moneda corriente. Sin embargo, dolarizar un país sin dólares equivale a dejar sin moneda a una economía de mercado.
Y, en realidad, ningún cambio de moneda resuelve los problemas de fondo de la Argentina. Un país que sostuvo un crecimiento a tasas chinas durante el super ciclo de las commodities, pero que hoy no puede sostener el tamaño de la sociedad a la que dio lugar.
Lo que ha fracasado es la economía de mercado. Y, más que los políticos, quienes han fracasado son los burgueses de este país. Empresarios que, sin importar cuantos subsidios reciban ni cuento proteccionismo les brinde el Estado, no han sido capaces de desarrollar las fuerzas productivas a una escala que nos permita convertirnos en un gran exportador de manufacturas.
Esto sucede porque Argentina hace tiempo que perdió la carrera por la acumulación de capital contra los países del Primer Mundo. Por eso, a excepción de Techint, Arcor y algunos capitales ligados a la agroindustria, nuestra industria nacional no resiste una apertura de importaciones. La única salida para evitar nuestra disolución como Estado-nación es la adopción de una economía centralmente planificada.
Esto no es sinónimo de suprimir al sector privado. Por el contrario, una planificación adecuada permitirá robustecer el mercado interno y aumentar el consumo. Esto beneficiará a los comerciantes y profesionales que tendrán más ventas y clientes.
Sin embargo, los grandes resortes de la economía, ligados al primer y segundo eslabón de la cadena productiva (materias primas y procesos industriales), no pueden quedar en manos de pulpos empresariales más preocupados por obtener ventajas del Estado que por aumentar su productividad.
Este camino, alternativo a la senda de destrucción que nos proponen liberales y keynesianos, es posible en Argentina. Y no sólo es posible, es urgente. Aunque somos conscientes de que esta perspectiva está ausente en el horizonte de todo el arco político.
Hemos bautizado a nuestra revista «Sendero Tecnológico» porque creemos que, ese camino, es un Estado productivo que desarolle las ramas más complejas de la producción para convertirse en una gran exportador de alta tecnología. Como ya ocurre hoy con INVAP, una empresa estatal que exporta al mundo reactores nucleares y radioisótopos. Una experiencia positiva, pero actualmente cercada por los límites de un Estado que es ajeno a cualquier programa serio de desarrollo nacional.
La Argentina tiene potencial y futuro si abraza los principios de una economía planificada. Una economía donde los sectores estratégicos sean organizados por un ente central cuyo objetivo sea el desarrollo nacional, en lugar de los negociados con el Estado a los que nos tienen acostumbrados la Patria Contratista y las multinacionales extranjeras.
Por eso, nos comprometemos desde esta humilde trinchera digital a dar batalla contra los avatares del mercado y presentarle a la población una propuesta alternativa a las recetas liberales de siempre. A explicar la viabilidad de la economía planificada y desterrar los mitos libertarios. A desenmascarar a quienes destruyen la aceptabilidad del Estado, poniéndolo al servicio de intereses ajenos al desarrollo nacional, y demostrar que un sendero tecnológico es posible.
La victoria de Javier Milei en las primarias no puede entenderse sin analizar el largo proceso de decadencia que atraviesa la Argentina.