En un contexto donde muchos dirigentes de la izquierda argentina justifican su impotencia electoral por una supuesta derechización de la sociedad, la izquierda francesa acaba de quemar todos los papeles obteniendo un triunfo en las elecciones parlamentarias y dejando a la extrema derecha, alineada con Marine Le Pen, confinada al tercer puesto. O, al menos, en términos de escaños.
Los resultados electorales de este domingo son elocuentes. En medio de una crisis política de tal calibre que supuso el adelantamiento de las elecciones por parte del presidente Emmanuel Macron, la izquierda dio el batacazo. El Nouveau Front Populaire (NFP) quedó como primera minoría en el parlamento con un total de 182 escaños, dejando en segundo lugar a la formación oficialista Ensemble pour la République, con 165 bancas, y en tercer lugar al Rassemblement national (Le Pen), con 143. Más atrás terminaron la centro-derecha de Les Républicains, con 60; la izquierda no agrupada, con 13, y otros partidos minoritarios con 14.
No obstante, cabe señalar que, por voto popular, el espacio de Le Pen quedó en primer lugar a nivel nacional, con un 37% de los votos, seguido de la izquierda con un 25,6% y los oficialistas con un 23%. Es decir que, si las elecciones de hoy hubieran sido presidenciales, tendríamos un escenario de balotaje entre la extrema derecha del RN y la izquierda del NFP. Un cuadro que, lejos de ser favorable para Le Pen, indicaría fuertes posibilidades para la izquierda de alcanzar la presidencia. No olvidemos que todo el arco político suele emblocarse contra la extrema derecha en segunda vuelta, como ya ocurrió en las elecciones de 2002.
En aquel entonces, Jean-Marie Le Pen, padre de la actual líder del RN y agitador de una plataforma abiertamente fascista, disputó un balotaje contra Jacques Chirac, candidato de centro-derecha, y perdió 18% a 82%, demostrando el rechazo del electorado francés hacia las opciones de ultra derecha.
Sin embargo, la crisis política y una ardua campaña de lavado de imagen de su hija hicieron posible el crecimiento de este espacio hasta niveles insospechados. Hoy, el RN es la primera fuerza por voto popular y, aunque perdió dos balotajes consecutivos, Marine Le Pen es la política con mejor imagen en el país galo. Por eso, para evitar allanarle el terreno aún más, el conjunto de las expresiones de izquierda confluyeron para estas elecciones en un frente común, creando el NFP.
Citando palabras con las que se expresó Pablo Stefanoni en sus redes sociales, «la izquierda francesa en 24 horas decidió armar el Nuevo Frente Popular, en 48 hrs. pactó candidaturas unitarias en 577 circunscripciones de toda Francia y en 72 hrs. tenía redactado un programa común».
No obstante, más allá de la importancia de este resultado para derribar la idea de un giro a la derecha del electorado, es importante analizar en detalle la composición y el carácter de esta coalición de izquierda.
El Nuevo Frente Popular se encuentra integrado por la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon; los resabios del viejo partido del régimen, el Partido Socialista; los ecologistas de todos los colores; el Partido Comunista Francés; el apoyo de las cinco centrales sindicales (CGT, CFDT, UNSA, FSU y Solidaries) y otros partidos partidos menores de la izquierda autoproclamada «democrática». En contraposición, la izquierda que se reivindica a sí misma como «revolucionaria», había obtenido menos del 1,5% de los votos en la primera vuelta electoral, perdiendo participación en los comicios de este domingo.
Dentro de esa izquierda, encontramos dos organizaciones que se vinculan de alguna manera con la izquierda argentina. Por un lado, Lutte Ouvriere, a quien el Partido Obrero ha llamado a votar en más de una oportunidad, cosechó una modesta pero interesante suma 350 mil votos. Por el otro, la facción Révolutionnaires de la NPA, más cercana al PTS de Myriam Bregman y Nicolás del Caño, que obtuvo un resultado miserable orillando los 20 mil votos.
Esto demuestra el aislamiento de estos sectores de izquierda, más parecidos a los de nuestro país, cuando se trata de un proceso de masas de semejante magnitud como lo son las elecciones. Nadie puede pasar por alto que la crisis política en Francia fue capitalizada por la izquierda más afín al régimen.
Uno de los partidos que integra el NFP es nada menos que el viejo PS, el cual ya fue gobierno con François Hollande. Durante su gestión llevó adelante la agenda de un sector del gran capital y aplicó planes de ajuste cuya principal consecuencia política fue el desmoronamiento de su propio espacio y el crecimiento de la derecha y la extrema derecha, referenciadas en Macron y Le Pen.
El NFP que se impuso en estas elecciones no es menos institucionalista que aquel PS que gobernó entre 2012 y 2017. No aspira a una reorganización de la sociedad francesa sobre otras bases sociales, sino simplemente a desenvolver algunas políticas de redistribución de riqueza y mitigación del cambio climático, medidas que la crisis capitalista mundial bien podría acabar truncando. Es una izquierda más posmoderna que marxista. Y opera en el plano del discurso más que en el de la realidad material concreta, incluso aunque su intervención en procesos de masas como las elecciones sea incuestionablemente superior al de la izquierda que se reclama «revolucionaria».
Los referentes del NFP ya han salido a manifestar sus intenciones de un acuerdo con el bloque de Macron para formar una mayoría parlamentaria, con la excusa de frenar a la ultra derecha. Es decir, pronto estarán cerrando filas con quienes, hasta el día de ayer, criticaban por ser los impulsores de la reforma jubilatoria y las subas de combustible. Una eventual defección de esta alianza circunstancial con los oficialistas terminaría siendo capitalizada por el único espacio que mantiene su independencia política, el RN de Le Pen. Y, por la naturaleza de la crisis que enfrenta el capital, todo indicaría que las condiciones de vida de los franceses difícilmente puedan mejorar sin tocar los cimientos del régimen.
Por lo tanto, esta victoria de la izquierda francesa en las elecciones parlamentarias tranquilamente puede ser el preludio de una futura victoria presidencial de Le Pen. En especial, teniendo en cuenta lo cerca que estuvo el RN de alcanzar el 40% a nivel nacional, en estos comicios.
Pero entonces, ¿qué es lo que puede aprender la izquierda argentina de la izquierda francesa?
En primer lugar, hay que decir que Argentina es el único país en el mundo donde la extrema izquierda tiene más peso electoral y político que la centro-izquierda. Todas las expresiones políticas que, en el último tiempo, pretendieron ocupar el espacio vacante entre la izquierda troskista y el peronismo, siempre acabaron disueltas o integradas a los partidos del régimen. Pino Solanas, De Gennaro, Lozano, Stolbizer, entre otros sectores que se reclamaban de centro-izquierda o progresistas, nunca lograron superar electoralmente al Frente de Izquierda ni consolidarse como fuerzas políticas con un peso electoral propio.
Que la única izquierda como tal, en nuestro país, sea la que se reivindica a sí misma como «revolucionaria» supone una ventaja y un problema a la vez. La ventaja es que se trata de un espacio político que sí pretende una transformación de raíz de la sociedad argentina y no simplemente un ajuste con lenguaje inclusivo. El problema, es que por la naturaleza troskista de estas organizaciones, no asumen las elecciones como una vía para llegar al poder. Consideran que los comicios son una etapa donde plantearle a la población la necesidad de construir un partido revolucionario, pero no se conciben a sí mismos gobernando bajo las reglas «burguesas».
Como no se piensan a sí mismos como una alternativa política en el plano electoral, ni se piensan en el poder bajo estas reglas de juego, no se dan la tarea de elaborar un programa político y una estrategia electoral que pueda interpelar a las masas y catapultarlos a un resultado electoral de la magnitud que obtuvo el NFP en Francia.
Siguiendo la misma lógica, tampoco se proponen una unidad política más allá de la que les sirve para superar el proscriptivo piso de las PASO. De hecho, el Frente de Izquierda utiliza dicho mecanismo como un medio para atraer los votos huérafanos de las demás expresiones de izquierda, cuando estas no avanzan a las elecciones generales. Una forma muy conveniente de evitar dar un debate político de fondo con las demás organizaciones.
Actualmente, el universo de la izquierda argentina se compone de seis partidos con sello electoral propio: Partido Obrero, PTS, Izquierda Socialista, MST, Nuevo MAS y Política Obrera. Y un séptimo en proceso de obtener la personería jurídica nacional: Vía Socialista. Este último espacio ha convocado al resto, en reiteradas oportunidades, a debatir un programa con el que intervenir en las elecciones bajo una estrategia de poder. Algo que, por ahora, no ha ocurrido.
Otra de las propuestas en términos electorales vino por parte del MST, quienes planteaban ampliar el Frente de Izquierda a sectores de centro-izquierda y no necesariamente troskistas o marxistas. Pero tampoco logró mucho eco entre los demás socios del frente.
El Partido Obrero, por su parte, plantea que, antes que cualquier ampliación, primero es necesario un congreso del propio Frente de Izquierda, algo que no ha sucedido jamás en los 13 años de existencia de la alianza electoral.
Lo más parecido ha sido el Encuentro Nacional de Trabajadores, el 25 de mayo de este año, en la Plaza de los dos Congresos. Pero su convocatoria fue modesta. Menos de cinco mil personas. Y la dinámica, agobiante. No hubo un debate real, ni intercambio entre militantes, salvo por unas comisiones de muy corta duración. El grueso de la jornada fue copado por un acto interminable donde todos los espacios querían mostrar que tenían algún delegado sindical o barrial y se disputaban el uso de la palabra para repetir siempre lo mismo. Latiguillos y frases gastadas, sin ningún valor agregado más que el espacio de pertenencia del cual se proclamaban. Tal bodrio no podría sino espantar a cualquier asistente independiente.
Está claro que la izquierda argentina atraviesa un estancamiento político importante, motivado principalmente por las mezquindades propias de organizaciones más preocupadas por medir el tamaño de sus aparatos que por ganar una elección y desenvolver desde Estado una política revolucionaria.
El triunfo de la izquierda en Francia, como ya ocurrió en 2015 con SYRIZA en Grecia, demuestra que el electorado es capaz de inclinarse por opciones electorales que impugnen al régimen, al menos de manera simbólica. El fracaso de las fuerzas políticas tradicionales crea condiciones favorables para la irrupción de nuevos actores políticos o el crecimiento de expresiones históricamente marginales. En especial, cuando se trata del derrumbe político de las fuerzas del régimen que se presentan a sí mismas como el avatar más puro del capital. En nuestro caso, Javier Milei.
La izquierda argentina tiene una oportunidad para dejar de ser una fuerza política testimonial y comenzar a pensarse en el poder. Pero para ello, primero debe dejar de lado las mezquindades políticas de siempre y darse un debate más profundo. Uno de donde debe surgir un programa político realista, que conciba a las elecciones como un medio para llegar al poder y encarar desde ahí las transformaciones de fondo que el país necesita de manera urgente.
La batalla electoral y la conquista de los resortes políticos del Estado no implican el abandono de la lucha de masas, como muchos dirigentes argumentan cuando califican de «electoralistas» a sus rivales. Todo proceso de transformación real de una sociedad es un proceso que se dirime en la lucha de clases, no en una puja institucional. Pero si no es posible conquistar la consciencia del electorado para que coloque una simple boleta en una urna, ¿cuánto menos probable será convencer a las masas de involucrarse en una insurrección al estilo de la Revolución Bolchevique?
La izquierda marxista alguna vez fue una usina de grandes ilusiones. Supo enamorar a porciones gigantescas de la sociedad en todas las porciones del globo. Se esparció más rápido que cualquier religión y lideró procesos de transformación reales como en la Unión Soviética; donde, más allá de las críticas políticas, transformaron el país más atrasado de Europa en la segunda economía mundial y dejaron el arado para conquistar el espacio exterior.
El proceso de descomposición social y política que atraviesa la Argentina requiere de una izquierda a la altura de las circunstancias. El tiempo dirá si el gobierno de Milei representa un punto de inflexión para este espacio o nuevamente pasará sin pena ni gloria, mientras el peronismo se prepara para la vuelta al poder y cocina una agenda de rescate a los capitales más débiles del país.
Un rescate que será pagado con más carestía para los mismos perjudicados de siempre. A menos que la izquierda finalmente despierte y decida producir un hecho político.
La izquierda francesa se convirtió en la primera minoría parlamentaria tras las elecciones adelantadas de Macron, relegando a Le Pen al tercer puesto.