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Elon Musk no se hizo «de abajo» ni gracias al mercado, sino al Estado

Hace ya tiempo que Elon Musk disputa con Jeff Bezos (Amazon) el título de «hombre más rico del mundo». Pero, a diferencia de este último, el magnate sudafricano tiene una particular obsesión por refrendar la idea de que se hizo a sí mismo, en el sector privado, gracias a su brillante mente empresarial. La realidad, sin embargo, demuestra lo contrario. Y probablemente sea la razón que lastima tanto su narcisismo y lo obliga a negar hechos tales como la mina de esmeraldas que su padre tenía en Zambia.

En las redes sociales, Elon Musk se muestra como el modelo de inspiración para quienes pertenecen a estratos sociales medios o bajos y aspiran a volverse multimillonarios. Aun así, nació en el seno de una familia rica en Sudáfrica. Y debemos resaltar su país de origen, porque la fortuna de su padre no podría explicarse sin el régimen de apartheid contra la población negra, ampliamente mayoritaria, que existió hasta los años noventa de manera formal y persiste todavía hoy, a pesar de las leyes que lo abolieron.

Recordemos que, durante el apartheid, el Estado sudafricano segregaba a la población negra y promovía la supremacía política, social y económica de la población blanca. Los blancos tenían acceso preferencial a la educación, empleo y oportunidades económicas, mientras que la población negra enfrentaba discriminación y restricciones en estos aspectos. Este sistema contribuyó significativamente a crear una disparidad en la distribución de la riqueza.

Para ponerla en números, según un estudio del Banco Mundial, en 1970 la renta per cápita de la población negra era el 10% con respecto a la de los blancos, a pesar de que los negros representaban 80% de los habitantes de Sudáfrica.

La progenie de Musk ya era acaudalada antes de instalarse en Sudáfrica. Sus abuelos maternos, descendientes de suizos y holandeses, habían sido exploradores famosos que buscaban la Ciudad Perdida del Kalahari. Pero fue su padre Errol el que amasó una fortuna mayor, asociándose con el Estado en épocas del apartheid.

Errol Musk era ingeniero y se desempeñaba como consultor y promotor inmobiliario, lo cual quiere decir que se valía de las leyes restrictivas hacia la población negra, sobre la tierra y la vivienda, para impulsar emprendimientos de bienes raíces. También fue miembro del Partido Federal Progresista y se desempeñó como concejal en Pretoria. Y, aunque afirma haber sido crítico con las leyes de apartheid, lo cierto es que su partido se disolvió en el 1989 y el apartheid fue abolido en el año 1991. Por lo tanto, nadie puede sostener que haya luchado contra ese régimen. Más bien, al contrario, lucró gracias a este.

Pero sus cuestionables negocios no se limitaron a Sudáfrica. También se extendieron a otro país africano: Zambia. En este caso, se trató de una mina de esmeraldas que explotaba en sociedad con un italiano. Este es uno de los datos que Elon niega con más énfasis hasta el día de hoy, puesto que las minas africanas de piedras preciosas son conocidas por sus brutales regímenes de trabajo que recurren incluso a la explotación infantil y dejan un tendal de niños muertos en los yacimientos.

Errol, por su parte, reconoció que con el dinero de la mina pagó los estudios de su hijo en el continente americano. Y que, de hecho, los ingresos obtenidos le permitieron enviarle dinero continuamente para sus proyectos.

Su padre nunca tuvo resquemores en afirmar que fue gracias a sus negocios, dentro y fuera de Sudáfrica, que pudo darle una infancia de lujos a su hijo. Lujos familiares que incluían cruceros, un yate, jet privado y viajes por el mundo. Así que, definitivamente, Elon no arrancó de abajo. Por el contrario, ya partía de muy arriba.

Pero además, su camino para convertirse en el hombre más rico del mundo tampoco fue la senda de quien se hace a sí mismo. Sin contratos con el Estado, Elon no podría haber llegado a ningún lado. Y este es el segundo aspecto que destruye la imagen que pretende dar sobre sí mismo. De los grandes magnates de hoy en día, es al que mejor le encaja el mote de «empresaurio», el cual los mismos liberales utilizan para referirse a los empresarios que se asocian con el Estado.

Repasemos su carrera empresarial.

Antes de comprar Twitter, su nombre estuvo asociado a varias compañías.

La primera de ellas, Zip2 Corporation, una empresa de software cofundada por él en 1995, que proporcionaba guías empresariales y mapas a periódicos. Diarios como The New York Times y Chicago Tribune utilizaron sus servicios. Pero no llegó muy lejos. Fue comprada en 1999 por Compaq Computer para terminar desapareciendo en 2003. De hecho, Elon considera esta primera experiencia un fracaso personal.

Luego le siguió «X.com», en 1999. Esta empresa no guarda ninguna relación con la actual red social heredera de Twitter. Había sido pensada para convertirse en el primer banco online, pero acabó fusionándose con PayPal, posteriormente adquirida por EBay. Su nombre quedó en el olvido por mucho tiempo hasta que recientemente se convirtió en la nueva URL de Twitter.

Fue recién con SpaceX, la tercera empresa que fundó en 2002, que aprendió la clave del éxito: asociarse con el Estado. La empresa de exploración espacial, nacida con la idea de enviar un vehículo a Marte, logró contratos millonarios con la NASA. Esto le permitió seguir expandiendo su capital para repartirlo entre sus distintas iniciativas.

La siguiente sería Tesla (2004), la empresa de autos eléctricos. Sus ganancias fueron relativamente marginales hasta que los distintos Estados del mundo, en conformidad con los Acuerdos de París para combatir el cambio climático, comenzaron a promover la compra de autos eléctricos. Esto disparó sus acciones en la Bolsa y también sus ventas.

Debemos señalar que, por cuestiones de usabilidad, rendimiento y costo, los autos eléctricos no pueden competir contra los de energía fósil. Por eso, Tesla jamás podría haber crecido sin la ayuda del Estado.

Por todo esto, Elon Musk no se hizo de abajo, ni se hizo solo. Nació en una familia muy rica, en la Sudáfrica del apartheid, donde su padre hacía negocios inmobiliarios a la vez que se beneficiaba de una mina de esmeraldas en Zambia.

Y lejos está de encarnar ese inexistente arquetipo de empresario que labra su fortuna en el sector privado. Él ni siquiera fue un gran empresario del software. Sus empresas en este rubro siempre terminaron absorbidas por otros capitales. Tampoco creó ninguna compañía de renombre que haya sobrevivido en este ámbito, como sí hicieron Mark Zuckerberg con Facebook y Jeff Bezos con Amazon. Zip2 y X.com fueron grandes fracasos, cuyos nombres acabaron desapareciendo del mapa.

Elon Musk encontró la clave del éxito en asociarse con el Estado. Primero con SpaceX y sus contratos con la NASA. Luego, con Tesla y los Acuerdos de París que impulsaron la demanda y valorización bursátil de los autos eléctricos.

Así que el mayor apropiador mundial de plusvalía no es un brillante hombre de negocios, ni un magnate visionario, sino tan sólo otro multimillonario, hijo de un multimillonario, que logró seguir haciendo crecer su fortuna con la ayuda de papá Estado.

Párrafo aparte merece el hecho de que la industria del cambio climático, sobre la cual cimienta buena parte de su fortuna actual, se sostiene con la brutal explotación y el saqueo de países pobres, pero ricos en metales y tierras raras. Allí, donde los regímenes de trabajo están más cerca de la esclavitud que del empleo asalariado. Del mismo modo que su padre con la mina de esmeraldas, su fortuna está hecha con el sudor, la sangre y las lágrimas de millones de personas menos afortunadas que él.

Algunos pueden argumentar que no alcanzó el pico de su fortuna, unos 320 mil millones de dólares, sólo a base del Estado, sino que supo multiplicar su capital invirtiendo en el mercado.

Sin embargo, Elon Musk ostenta otro récord que le quita peso a este argumento: es el hombre que más dinero perdió en la historia. Unos 200 mil millones de dólares, para ser precisos. Y no los perdió por culpa del Estado, sino, más bien, por sus actitudes frenéticas y temerarias inversiones en el mercado. Desde la burbuja de las criptomonedas hasta la desvalorización de las tecnológicas, pasando por la caída en las acciones de la propia Tesla, motorizada por su sobrexposición mediática y un comportamiento errático que socavó su prestigio ante los inversores, el magnate sudafricano se convirtió en una máquina de perder dinero.

Si de algo es un ejemplo Elon Musk, es de todo aquello que está mal en este mundo.

Javier Milei estrechó lazos con el excéntrico billonario. Sin embargo, Elon Musk es el ejemplo más claro de «empresaurio», desde la óptica liberal.

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