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Gran Hermano 2024: La edición que es el espejo de una sociedad rota y violenta

La onceava edición de Gran Hermano Argentina concluirá este domingo a la noche, con la final más aburrida de la que se tenga memoria. Dos plantas, Bautista y Nicolás, y un satélite, Emma Vich, son los tres finalistas. Razón por la cual, mañana lunes, realizarán una emisión especial para premiar al mejor jugador de la temporada, quien se presume que será Juliana Scaglione, alias Furia, expulsada hace algunas semanas, en una seguidilla de eliminaciones donde todos los potenciales ganadores (Virginia Demo, Martín Ku y ella) quedaron fuera de juego.

Pero esta edición no puede entenderse sin Furia. Sin dudas, la participante que polarizó al público. Oriunda de Belgrano, de 33 años de edad y entrenadora física, trabajó de doble de riesgo y tiene una disputa con sus cuatro hermanos por la sucesión de sus padres, ambos fallecidos. Según una de sus hermanas, su fuente de ingresos son tres propiedades heredadas que tiene en alquiler.

La única de sus hermanos con la que tiene relación es Coy, quien le manejaba las redes sociales y coordinaba las acciones de su fandom durante las votaciones, mientras ella se encontraba adentro de la casa.

Lo más llamativo de Furia, sin embargo, es su icónico look. Está rapada casi completamente y el poco pelo que despunta en su cabeza se lo tiñe de algún color rimbombante o con algún patrón caricaturesco. Esto le valió el epíteto de «la pelada», aunque en las redes sociales poco a poco fue migrando a «el pelado» o «pelado merquero» entre sus detractores, quienes le achacan un nivel de misoginia y violencia propias de un comportamiento machista. Y no pocos la acusan de ser la responsable de que la final de esta edición sea exclusivamente de hombres, ya que hizo todo lo posible por expulsar a la mayoría de las mujeres de la casa.

En contraposición a lo que pedía, por ejemplo, Virginia, la anteúltima mujer en dejar el juego, cuando sostenía que quería que esta edición la ganara una mujer argentina. Algo que no sucede desde 2007, cuando Marianela Mirra se alzó con el premio de la cuarta edición. Es decir, el formato lleva 17 de sus 24 años de existencia, sin una ganadora mujer.

Por otra parte, el apodo «Furia» no es azaroso. Juliana Scaglione se caracterizó durante toda la edición, e incluso luego de su expulsión, por una conducta narcisista y violenta, que por momentos roza lo psicopático. Buena parte de los eliminados festejaban que, al irse, ya no tendrían que seguir sosportando el clima hostil que vivían adentro.

Incluso hubo un participante que debió tolerar violencia física. Mauro Dalessio, quien dentro de la casa tuvo un vínculo bastante cercano a Furia, llegando incluso a tener relaciones sexuales con ella, recibió un golpe que podría haberlo derribado al piso sino fuera un exrugbier de 1,87 metros y 100 kilogramos.

Por reglamento, este hecho debería haber sido motivo de expulsión directa para Juliana. Pero la producción no iba a sacar del juego a la gallina de los huevos de oro. La edición venía siendo tan exitosa que la alargaban continuamente con el ingreso de nuevos participantes, repechajes o la entrada de familiares, llegando a un récord total de 29 participantes, el máximo registrado para una edición en Argentina. En este contexto, no iban a arriesgarse a que Furia se fuera.

No obstante, hay que resaltar que, si bien en un inicio Juliana gozaba de popularidad entre el espectador promedio, con el correr de las galas se fue convirtiendo en la participante más odiada por la audiencia, sobreviviendo a las placas únicamente por el apoyo de su fandom, reducido pero muy intenso, y las arbitriariedades de la producción. Y, cuando finalmente le tocó su turno, debió abandonar la casa con patrulleros en las calles y distubios afuera del estudio.

En los hechos, el núcleo duro de espectadores que apoyaba a Furia se comportó más como un grupo fascista similar al de Die Welle (La Ola), que como un fandom televisivo. Y no hablamos sólo de la violencia ejercida a través de las redes sociales, como el acoso selectivo, el doxeo y la amenaza de muerte hacia otros usuarios, sino de la violencia física a la que llegaron cuando el día de su eliminación apedrearon los autos de otros participantes. El caso más resonante fue el Catalina Gorostidi, quien era su amiga pero se pelearon luego de que Juliana apoyara a Alfa durante su visita a la casa, exparticipante de la edición anterior con quien la médica pediatra había tenido fuertes roces afuera, antes de reingresar en el repechaje.

¿Pero cómo se llega hasta ese punto? ¿Qué hace posible que las simpatías en torno a un simple programa televisivo escalen hasta la violencia física hacia los participantes y entre los espectadores? ¿Acaso el fenómeno «barra brava» acaba superar los límites de los equipos de fútbol y ahora se traslada hacia un formato tanto más banal como lo es Gran Hermano?

La respuesta quizás esté en el sostenido proceso de descomposición social que atraviesa la Argentina, un caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de estos grupos que, al menos en sus formas, tienen un comportamiento filofascista, aunque su contenido político pueda ser otro.

La participante que mejor calificó la situación fue Virginia, que fue el contrapunto de Furia y una de las pocas a las que se consideraba capaz de vencerla, cuando dijo que «si Furia gana, es porque la sociedad está rota».

Virginia, una mujer de 55 años de La Plata que fue echada de un trabajo en el que tenía 35 años de antigüedad, en una institución privada con la que se encuentra en juicio, y aprovechó su despido para darle rienda a una nueva profesión, la del stand up. Durante la edición, ella fue aglutinando el voto anti Furia. Y se la consideraba la segunda más fuerte dentro de la casa porque en el reto de los familiares, en el cual Furia no compitió porque su amiga había tomado un sobre que la dejaba fuera de juego, la votación del público la dejó en primer lugar, logrando que su hija Delfina ganara una casa.

Virginia fue, junto a Joel, Catalina y Agostina, de los pocos participantes que se enfrentaron a Furia. Tengamos en cuenta que la edición tuvo 29 participantes en total y que, la mayor parte de ellos, cuando entendieron que Furia era fuerte en las votaciones, decidieron dejarle pasar todos los brotes de violencia que la pelada tenía dentro de la casa.

La participante platense, sin embargo, no toleró que Furia se metiera con su hija. La increpó y le puso los puntos. Algo insólito en una casa donde todos se tragaban sus agresiones, bien calladitos. Incluso su satélite, Emma Vich, denostado durante una semana completa por quien se suponía que era su aliada en el juego, fingió demencia para no responderle.

Virginia Demo terminó en un mano a mano contra Furia en la que todos los participantes que estaban adentro le apuntaron a ella por miedo a ir contra las determinaciones de la pelada. Y acabó yéndose en resultado sospechado de fraude.

Juliana Scaglione había estado a punto de irse la semana anterior, por apenas dos puntos porcentuales, en una placa que compartía con una participante mucho menos fuerte que Virginia. Y, a la semana siguiente, con récord de votos y toda la comunidad anti Furia organizada en las redes sociales votando contra ella, se quedó en la casa por más de veinte puntos.

No pocos sospechan que la producción dio vuelta los resultados. Y que el 58,3% a 41,7% de la eliminación era para Furia, no para Virginia. Sobre todo, porque a la semana siguiente, ella fue expulsada con un porcentaje muy similar, aunque ligeramente mayor, en una placa contra el chino. Nada menos que el 62,4% de los votos.

¿Pero qué la producción metería mano en la votación para dejar a Furia y a la semana siguiente sacarla?

Furia Scaglione suponía mucho dinero para el programa, porque su fandom hacía colectas para votar contra el participante que ella señalaba para que sea expulsado y gastaban sumas millonarias en lograrlo. Y además, mientras estuviera adentro de la casa, sus detractores también seguirían gastando una fortuna en intentar sacarla del juego. Pero, mucho más dinero que el que recaudaban con el voto telefónico, juntaban por la vía de los patrocinadores. Y luego de la expulsión de Virginia, la comunidad anti Furia comenzó un boicot contra las marcas que auspiciaban el programa.

En las redes sociales, sus detractores arrobaban a los patrocinadores junto a algún clip de Furia en medio de un estallido de violencia. Y había muchos para usar. Esta campaña perjudicaba el marketing de las empresas que habían apostado al programa y financiaban su realización. Y, como siempre que se afecta al capital hay consecuencias, la producción sacó a Furia a la semana siguiente y comenzó un proceso de lavado de su imagen.

La operación de rebranding fue tan obcena que en el debate posterior a su expulsión, casi todos los panelistas le tiraban rosas y la felicitaban como si acabara de ganar el certamen. La obsecuencia mayor correspondió a Eliana Guercio, Laura Ubfal y Gastón Trezeguet, quienes durante la edición actuaron más como fanáticos que como analistas neutrales.

Esto marca un gran contrapunto frente a los debates que debieron enfrentar los demás participantes expulsados, donde tenían que soportar descalificaciones y cuestionamientos constantes por parte de todos los panelistas, casi como si haber sido expulsados fuera un motivo de crucifixión.

Pero volviendo al punto, esta edición de Gran Hermano fue un espejo de una sociedad rota. Un reflejo de los fenómenos que emanan de un largo proceso de descomposición social que no da vistas sino de agravarse al calor de la crisis económica. Una sociedad donde los contratos sociales se han roto, la gente vive cada vez peor y las personas se sienten habilitadas y hasta respaldadas para ejercer la violencia contra otros. Una realidad problemática en la que los sujetos no avizoran otra salida más que la salvación individual, donde los particularismos y personalismos se imponen por sobre las construcciones colectivas.

Y donde, poco a poco, el límite va corriéndose más allá de los principios básicos de convivencia y configurando un cuadro de radicalización social que podría decantar en cualquier escenario, desde una guerra civil hasta un régimen fascista.

Un reflejo que no se limita al interior de la casa, sino que se extiende a las repercusiones del exterior y también a los manejos fraudulentos de la producción.