Uno de los latiguillos más repetidos por la ortodoxia liberal en nuestro país es que la inflación de Argentina se debe exclusivamente al déficit fiscal. Es decir, a la diferencia entre lo que el Estado gasta y lo que recauda.
Sin embargo, la evidencia empírica contradice esta visión.
País | Déficit Fiscal 2023 | Inflación Interanual 11/2023 |
---|---|---|
Argentina | 3,99% | 160,9% |
Estados Unidos | 8,24% | 3,1% |
China | 7,11% | – 0,5% |
Brasil | 7,12% | 3,9% |
India | 8,77% | 4,5% |
Reino Unido | 4,46% | 4,6% |
Corea del Sur | 1,23% | 3,3% |
Alemania | 2,89% | 3,2% |
Japón | 5,61% | 3,3% |
Rusia | 3,68% | 16,7% |
Fuente: FMI e IPC de cada país.
En el cuadro anterior, se comparan el déficit fiscal y la inflación de la Argentina con los correspondientes indicadores de las principales economías del mundo.
China y Estados Unidos, las dos primeras potencias por su PBI, tienen niveles de déficit fiscal muy superiores a nuestro país. Los americanos nos duplican y los chinos, por poco, no lo hacen también. Pero los primeros registran una inflación interanual en el orden del 3% y, en el caso del gigante asiático, estos directamente se encuentran en deflación (baja generalizada de los precios).
Si nos situamos en nuestra región, Brasil, la mayor economía de América Latina, también muestra un déficit que es casi el doble respecto al nuestro. No obstante, su inflación acumulada para 2023 no alcanza el 4% interanual.
Rusia, por su parte, registra niveles de déficit fiscal inferiores a los de la mayoría de los países que se encuentran en la tabla. Pero es el que más inflación presenta después de nosotros, con casi un 17% interanual.
Al mismo tiempo, si miramos a Corea del Sur, vemos que ostenta el valor más bajo de déficit fiscal entre los países seleccionados. Pero su inflación se sitúa en niveles similares a los de Japón y Estados Unidos, a pesar de que el déficit de estos países quintuplica y septuplica al del tigre asiático.
No existe una relación directa entre déficit fiscal e inflación.
Hoy en día, hay un fuerte consenso entre los economistas e historiadores económicos respecto a la idea de que la inflación es un fenómeno multicausal.
Entre las causas comúnmente identificadas se encuentran el aumento de la demanda agregada, los costos de producción crecientes, la expansión monetaria, los shocks de oferta, y los fenómenos externos como cambios en los precios de los commodities o fluctuaciones en los tipos de cambio.
La comprensión de la inflación como un resultado de múltiples fuerzas permite a los economistas analizar y abordar de manera más efectiva las diversas variables que contribuyen a la misma y diseñar políticas económicas más adecuadas para su control.
Por lo tanto, la inflación no puede, en ningún caso, reducirse a un fenómeno monetario.
Aun así, Luis Caputo, ministro de economía de Javier Milei, repitió este mantra liberal hasta el cansancio, cuando la semana pasada anunció el primer paquete de ajuste de su gobierno. Insistió, al igual que ya lo había hecho el presidente durante su discurso de asunción, con la idea de que es necesario un ajuste fiscal para poner fin a la inflación y que, de no implementarlo, podríamos acabar con la disparatada cifra de 3.600% de inflación interanual.
En la épica de su relato, nos piden un esfuerzo para evitar una catástrofe mayor. Sin embargo, Milei y Caputo sólo buscan una excusa para justificar la bestial transferencia de ingresos que está en marcha.
La implementación de sus planes liquidará al mercado interno, cargándose a la clase media y a la industria en el proceso. Una catástrofe social con el único objetivo de beneficiar a un puñado de exportadores ligados principalmente al agronegocio en la Pampa Húmeda y favorecer a unos pocos empresarios más.
La solución a la inflación no es el ajuste a los trabajadores y la destrucción del Estado, sino valerse de este para la planificación económica.
Argentina puede convertirse en una potencia tecnológica y exportar bienes con alto valor agregado para conseguir las divisas que hoy escasean.
El esfuerzo debe ser por financiar y escalar las empresas tecnológicas del Estado como INVAP, ARSAT o el proyecto CAREM. Y, al mismo tiempo, crear nuevas empresas, sociedades del Estado, que generen valor agregado a nuestras materias primas, como el litio para fabricar y exportar baterías.
Pero, para eso, es necesario un Estado productivo, no más políticas promercado.
Caputo y Milei utilizan el viejo verso liberal del déficit fiscal para justificar una brutal transferencia de ingresos hacia el capital concentrado.