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No fueron los aranceles, es la tendencia decreciente de la tasa de ganancia

Este lunes, desde Australia hasta Japón, los centennials que eran muy jóvenes en 2008 y los millennials con poca memoria se despertaron con un déjà vu financiero. Las bolsas se desplomaban, los titulares hablaban de “crisis” y los influencers del trading, misteriosamente, no aparecían en los reels.

Una verdad incómoda volvía a escena: No, no vas a hacerte millonario desde tu cama comprando acciones porque lo dijo un tipo con una remera de SpaceX en un reel de Instagram.

Y todo ese universo de criptobros, “libros de libertad financiera” y cursos de inversión en 3 pasos… vale hoy lo mismo que $Libra. O sea: nada.

Pero este artículo no es para burlarse de eso (aunque podría). Es para explicar qué fue lo que realmente ocurrió.

La versión superficial ya circula por todos lados: Donald Trump impuso aranceles. Otra vez.

Pero eso no es una causa, es un síntoma. La verdadera explicación viene de más atrás.

En los últimos años, China se consolidó como la gran fábrica del mundo. No porque tenga más influencers o startup culture, sino porque produce más, mejor y más barato.

Mientras Estados Unidos sigue quemando miles de millones en rondas de inversión para que una consultora subcontrate a otra, que a su vez terceriza en un programador freelance en la India, China invierte 10 millones y te saca un modelo de inteligencia artificial de código abierto como DeepSeek.

Esto no es magia oriental ni autoritarismo digital. Es eficiencia planificada.

Y frente a ese modelo, ¿qué hace EE.UU.? Lo que hacen todos los imperios en declive: levanta barreras, pone aranceles, y redescubre el proteccionismo.

Encarecen los productos importados para que los nacionales ganen competitividad. Es un intento por frenar la deslocalización industrial y repatriar capitales para que vuelvan a producir en suelo estadounidense.

Pero China, por supuesto, no se quedó mirando. Respondió con aranceles del 34% sobre productos norteamericanos. Resultado: pánico bursátil global.

Se desploman acciones, bonos, y los inversores corren como si hubiera fuego en el Nasdaq:

🔻 DAX alemán: -10,4%
🔻 Nikkei japonés: -7,9%
🔻 Shanghái: -7,3%
🔻 Shenzhen: -9,6%
🔻 Nasdaq: -4,17%

Lo que estamos viendo no es solo una guerra comercial. Es la manifestación de una crisis estructural de sobreproducción global.

En el capitalismo maduro, cuando la producción de bienes crece más rápido que la capacidad de consumo, el capital busca nuevas formas de rentabilidad. Y si producir ya no garantiza ganancia suficiente, entonces el capital se fuga… a sí mismo.

Se refugia en el casino financiero: opciones, derivados, futuros, criptos, apuestas sobre apuestas.

¿Por qué invertir en fábricas si podés apostar al precio del litio sin moverte del sillón?
¿Por qué formar técnicos si podés venderle humo a un fondo de inversión con una landing page bien diseñada?

Mientras eso ocurre, China hace exactamente lo contrario:

Invierte en infraestructura dura.

Forma ingenieros y técnicos.

Controla cadenas logísticas.

Desarrolla tecnología propia.

Y, horror de horrores: planifica.

No por dogma comunista, sino por pragmatismo histórico. Porque entendieron que si dejás todo librado al mercado, terminás fabricando apps para pedir sushi… y comprando los trenes con los que te lo entregan.

¿Y Argentina?

Lo de Argentina es un capítulo aparte, pero directamente proporcional al problema.

Este lunes negro termina de enterrar lo que quedaba del mito libertario.
Si alguna vez alguien creyó que el mundo estaba esperando que Milei asuma para llover inversiones en Argentina, ahora ni siquiera invierten en sí mismos.

El modelo de «lluvia de capital extranjero» murió antes de nacer.
Y justo en ese contexto, el gobierno argentino decide frenar dos de los pocos proyectos que podrían generar divisas genuinas: el reactor nuclear CAREM-25 y el satélite SG1 de ARSAT.

Argentina, que llegó a diseñar reactores y fabricar satélites, hoy camina hacia convertirse en el primer país semiindustrializado que se re-subdesarrolla por elección propia.

No es una tragedia griega. Es una decisión política.

No hace falta ser marxista para entender que sin planificación estratégica, no hay desarrollo posible.

No hace falta ser keynesiano para aceptar que el mercado no asigna recursos de forma racional en sectores estratégicos.

Y no hace falta ser estatista para notar que, cuando el Estado se retira, no entra la eficiencia… entra el vacío.

Argentina no necesita más ajuste. No necesita más promesas de “inversores mágicos”.

Necesita un programa científico, productivo y tecnológico que tenga sentido histórico y objetivos materiales claros.

Porque si no se invierte en lo estratégico, si no se planifica el desarrollo, no hay “corrección del mercado” que salve al país.

Y entonces sí, lo único que quedará será seguir exportando pallets soja y viendo reels de libertad financiera… en un país donde la descomposición social no hace sino agravarse.

Este lunes negro no fue un accidente: fue la consecuencia de una crisis de sobreproducción por la consolidación de China como primera economía mundial.