Argentina es reconocida como una de las potencias tecnológicas de América Latina, particularmente en el desarrollo satelital. Con proyectos de vanguardia como los satélites ARSAT y SAOCOM, el país demostró su capacidad para competir en mercados internacionales. Sin embargo, en los últimos años, tuvo lugar algo insólito en el panorama aeroespacial de la región: Uruguay, un país sin antecedentes significativos en el ámbito espacial, figura con más satélites registrados que Argentina. Esta situación responde principalmente al caso de Satellogic, una empresa fundada por argentinos que hoy registra sus satélites bajo bandera uruguaya, pese a haber sido desarrollada con conocimientos y recursos nacidos en el ecosistema estatal argentino.
Satellogic: de colaborador del Estado a registrante en Uruguay
Satellogic fue fundada en 2010 por Emiliano Kargieman y Gerardo Richarte, dos emprendedores formados en el sistema educativo argentino, conocido por su excelencia en ingeniería y ciencias exactas.
En sus primeros años, mantuvieron una estrecha colaboración con INVAP, empresa estatal insignia en tecnología de alta complejidad. Este vínculo resultó fundamental para el desarrollo de proyectos como el CubeSat «Capitán Beto», uno de sus primeros satélites, lanzado en 2013. Y para el cual, además, recibieron un financiamiento directo por la suma de 6,3 millones de pesos (más de un millón de dólares para esa época) de parte del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
La empresa se dedica al desarrollo, fabricación y operación de satélites para la observación de la Tierra, ofreciendo imágenes de alta resolución y datos geoespaciales. Monitorea la superficie terrestre en tiempo real, brindando información útil para sectores como agricultura, energía, minería, defensa y gestión ambiental. Su modelo de negocio se basa en vender acceso a su constelación de satélites y ofrecer servicios personalizados de análisis de datos, permitiendo a los clientes integrar información espacial en sus procesos de toma de decisiones. Un servicio indispensable para cualquier compañía que se preste a participar de un mercado cada vez más competitivo.
Sin embargo, pese a esta base firmemente arraigada en el ecosistema tecnológico argentino y de los subsidios del Estado a la empresa, Satellogic trasladó en 2014 una parte significativa de sus operaciones a Zonamerica, una zona franca en Montevideo, Uruguay, con el fin de evadir impuestos. Y es allí donde, desde 2015, han estado registrando los lanzamientos de sus satélites.
Pero sus fundadores no son tontos. Satellogic mantiene dos plantas en Argentina, ubicadas en Buenos Aires y Córdoba, donde se concentra gran parte de su investigación y producción. Estas plantas se benefician de todo el cóctel de subsidios directos e indirectos que el Estado argentino concede a las empresas privadas. Tarifas subsidiadas en electricidad, gas y agua. Capital humano altamente calificado a precios irrisorios, gracias a la educación pública financiada por todos los argentinos. E incluso jugosas exenciones impositivas como el Régimen de Promoción de la Economía del Conocimiento.
Aunque, tal parece, nada es suficiente para que retribuyan al país un poco de todo lo que los argentinos les hemos dado y todavía les damos, porque Kargieman y Richarte no tuvieron ningún prurito en registrar tecnología de origen argentino al otro lado del Río de la Plata.
El caso de Satellogic evidencia una problemática recurrente en el modelo de desarrollo tecnológico argentino: el desequilibrio entre la inversión pública en ciencia y tecnología y la apropiación privada de sus resultados.
Apropiación privada de investigación pública
El fenómeno de la apropiación privada de la investigación pública no es exclusivo de Argentina. Tecnologías como Internet y el GPS, desarrolladas inicialmente con fondos estatales en Estados Unidos, han sido explotadas comercialmente por empresas privadas, generando inmensas ganancias que no siempre se redistribuyen equitativamente.
En Argentina, casos como el de CONUAR ejemplifican cómo la inversión estatal puede ser capitalizada por el sector privado.
CONUAR fue fundada en 1982, bajo el gobierno de facto de Galtieri, como una sociedad entre la CNEA y el grupo privado Pérez Companc. Y, aunque la CNEA aporta el conocimiento científico y técnico, Pérez Companc controla el 67% de las acciones, asegurándose una enorme rentabilidad sin asumir los riesgos inherentes al desarrollo de alta tecnología.
Pero, además, es un negocio redondo para el grupo empresario dado que la producción de CONUAR se centra en bienes de demanda inflexible. O, dicho de otro modo, de productos que el Estado no puede dejar de demandar para operar sus centrales nucleares. Es decir que, habiendo el Estado hecho la inversión en el capital técnico y científico, le pagamos a un privado por combustible nuclear que, como Estado, ya sabemos producir. Un verdadero curro que pagamos todos los argentinos.
El caso de Satellogic no es muy diferente. Una empresa privada que no podría existir sin el capital científico y tecnológico generado por el Estado, pero que se lleva ganancias por la venta de servicios que tranquilamente el Estado podría estar ofreciendo. Y que, además, podría haber sido una importante fuente de divisas para un país con un problema constante de escasez de dólares.
ARSAT y Satellogic: Dos modelos contrapuestos de gestión de la investigación pública
El caso de la empresa privada que desarrolla sus satélites con tecnología e inversión del Estado argentino, pero los registra en Uruguay.