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Piñera, Pinochet, los vuelos de la muerte y la justicia poética

En la Historia reciente de Chile, pocas figuras revistieron más relevancia que el empresario, y dos veces presidente, Sebastián Piñera. Su fallecimiento, en el día de ayer, ocupó el centro de atención tanto en su país como en el resto de Latinoamérica. La muerte, sin embargo, no exonera a nadie de los actos cometidos en vida.

Sebastián Piñera fue uno de los empresarios más ricos de Chile. La fortuna que deja tras su muerte, de acuerdo con la revista Forbes, se posiciona como la quinta mayor del país trasandino, superando los U$ 2.700 millones. Y, según la misma publicación, su patrimonio ostenta el puesto 1027° entre las personas más ricas del mundo, para el año 2023.

Pero el dato que nadie cuenta es que forjó su fortuna en los años más oscuros de Chile: la extensa dictadura de Augusto Pinochet.

Piñera era hijo de un diplomático y gozaba de una posición social más que acomodada. No sólo frecuentó tempranamente los sitios de la alta sociedad chilena, sino también de la europea y la norteamericana. Su inserción en este ambiente le daría una ventaja inigualable a la hora de los negocios.

Carrera empresarial bajo el régimen de Augusto Pinochet

En 1973, un golpe militar comandado por Augusto Pinochet derrocó al gobierno socialista de Salvador Allende, ocasionándole la muerte en la casa de gobierno. La dictadura instaurada por el capitán general del Ejército de Chile fue la segunda más prolongada del Plan Cóndor, extendiéndose hasta 1990 y siendo sólo superada por la de Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-1989).

La particularidad del régimen pinochetista está en que fue la dictadura latinoamericana que más a fondo llevó las políticas neoliberales de la Escuela de Chicago.

Con la excepción de Codelco, la empresa de minería de cobre nacionalizada por Salvador Allende, Pinochet privatizó prácticamente todas las empresas públicas de Chile. Entre las más resonantes, podemos nombrar a ENTEL (telecomunicaciones), ENAMI (minería), Banco del Estado de Chile, CAP (Acero) y las empresas del sector eléctrico.

Además, dejó a la educación y la salud libradas al sector privado, fomentando las instituciones educativas pagas y los seguros de salud privados, en detrimento de la educación y salud públicas. Y también fue delegada al mercado la construcción de infraestructura y obras públicas, como rutas y puentes.

Eliminó controles de precios, recortó las ayudas sociales otorgadas por Allende a los sectores más desfavorecidos y redujo el Estado a su mínima expresión, manteniendo la canilla abierta sólo para las áreas de seguridad y defensa, enfocadas a la represión interna de los disidentes políticos.

El Estado renunció a sus funciones sociales mínimas y le entregó al mercado un sinfín de negocios que sólo unos pocos privilegiados tenían las condiciones de explotar. Entre ellos, Sebastián Piñera.

De 1974 a 1976, el empresario fue consultor del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo. Y en 1976, también trabajó como asesor para la CEPAL (Comisión Económica para América Latina). Esto demuestra que el joven Piñera era un habitué de los círculos financieros en épocas del Plan Cóndor, cuando los Estados Unidos coordinaban acciones golpistas y programas de persecusión y exterminio de disidentes políticos para alinear a los países de su «patio trasero» con políticas económicas desindustrializadoras y contrarias a los intereses nacionales de los países latinoamericanos.

La burguesía norteamericana se benefició enormemente de este proceso. No sólo tuvieron el terreno despejado para penetrar en los mercados, sino que limpiaron de competidores las industrias estratégicas. No obstante, los empresarios locales también se beneficiaron de las condiciones de acumulación que los regímenes dictatoriales les aseguraban para crecer en algunos sectores que no eran de tanto interés para los yanquis. Piñera lo hizo en el rubro inmobiliario y la banca.

En sus inicios, Piñera amasó una fortuna en el negocio inmobiliario con su constructora Toltén. Compraba lotes baratos, a menudo terrenos fiscales cedidos por el propio Estado en plena dictadura, y construía viviendas para la clase alta.

Entre los años 1980 y 1987, se desempeñó como presidente y gerente principal de Citicorp Chile, entidad formada por el Citibank y el Banco Santiago. Pero un año antes de eso, había creado Bancard SA, sociedad que había conseguido quedarse con el negocio de las tarjetas de crédito de Visa y Mastercard.

Ya en democracia, Piñera aprovechó el portentoso capital, amasado durante las épocas del horror pinochetista, para diversificar sus inversiones. Desde 1990, sus negocios incluyeron tanto aerolíneas (LAN Chile) como equipos de fútbol (Colo Colo) y hasta multimedios y farmacias.

Los vuelos de la muerte

Uno de los métodos de desaparición forzada de personas utilizados por la dictadura de Augusto Pinochet contra los disidentes políticos fue el de los «vuelos de la muerte». Estos consistían en arrojar a las víctimas al mar, sujetos a un lastre que los hundiera hasta el fondo y los dejara allí para siempre.

Aunque la información oficial sugiere que las víctimas no eran arrojadas con vida, sino que el objetivo era hacer desaparecer los cuerpos, la probada crueldad y el sadismo de los militares entrenados en la Escuela de las Américas, sumado a algunos casos como el de la militante del Partido Comunista de Chile, Marta Ugarte, hacen pensar en la peor posibilidad: que las personas fueran arrojadas al océano, vivas y lúcidas.

En cualquier caso, este sería sólo un detalle terrorífico que no altera la naturaleza del proceso político que vivió Chile: Un plan de exterminio llevado adelante para afianzar un orden social del cual Sebastián Piñera no sólo fue parte, sino artífice.

Tengamos en cuenta que la dictadura chilena, al igual que los demás regímenes dictatoriales de América Latina, siempre fueron gobiernos cívico-militares, no sólo militares. Y los empresarios tuvieron un rol fundamental en la instauración de este tipo de gobierno de facto, en sintonía con sus intereses de clase.

Justicia poética

A veces, la aleatoriedad del devenir del universo toma formas que lucen como justicia, en una sociedad donde rige la impunidad.

Sebastían Piñera murió ahogado al caer su helicóptero, el cual piloteaba, a un espejo lacustre, el Lago Ranco. La aeronave se hundió y el resto de los tripulantes pudo escapar del siniestro. Él, sin embargo, no logró desabrochar su cinturón y quedó amarrado bajo el agua.

El empresario trasandino encontró la muerte de una forma terrible que, sin embargo, evoca de manera indefectible a los vuelos de la muerte. Vuelos que, ya fuera para desaparecer cuerpos o ejecutar víctimas, fueron uno de los horrores de la dictadura, sin la cual él no podría haberse vuelto uno de los hombres más ricos de Chile y el mundo.

Una cruenta dictadura que, es importante señalar, Piñera se fue de este mundo sin jamás haber condenado realmente.

El expresidente de Chile forjó su fortuna con negociados bajo la dictadura de Pinochet y perdió la vida de una forma que recuerda a los vuelos de la muerte.

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